Era un hombre gentil, resplandeciente,
tan modesto y sincero que podía
a todos conquistar. No sonreía
y todos le encontraban sonriente.
Era en su pulcritud tan imponente
y al mismo tiempo su humildad tenía
la elegancia viril que trasmitía
a cuantos le miraban frente a frente.
Era de verso fácil e imponente,
y sencillo y fragante en tal mesura
que el alma le doblaba la estatura
y estaba en su palabra y en su mente.
Cuando de Nuestra América se comente:
esculpidos en mármol y rubí
hallareís a Bolivar y a Martí
en unidad viril omnipresente.
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